jueves, 8 de enero de 2009

Seligman: "Aprenda optimismo"

“Todo esto es cuestión de ABC [modelo de Albert Ellis, iniciales en inglés de adversidad, creencia y consecuencias: adversity, beliefs, cosequences]: cuando nos encontramos ante la adversidad, reaccionamos pensando en ello. Nuestras ideas se cristalizan en creencias enseguida. Estas creencias pueden convertirse en algo tan habitual que incluso ni nos damos cuenta de que las tenemos hasta que frenamos y les prestamos atención. Y no se limitan a quedarse allí sin hacer nada; tienen consecuencias. Las creencias son causa directa de lo que luego sentiremos y haremos. Pueden significar la diferencia entre el desaliento y la rendición, o el bienestar y la acción constructiva.”

“Ya sabemos que la A es la inicial de adversidad. Para algunos, adversidad es sinónimo de final. Y esas personas se dicen: «¿Para qué? No puedo seguir. ¿Qué gano siguiendo con esto? Fracasaré siempre». Y luego abandonan. Para otros, la adversidad no es más que el comienzo de una secuencia de desafíos que casi siempre llevan al éxito. La adversidad puede ser prácticamente todo: presión para ganar más dinero, sentimientos de rechazo, críticas por parte del jefe, deberes difíciles para un estudiante, un cónyuge que pretende vigilar cuanto hace el otro.”

“Cuando se tropieza con la adversidad siempre se liberan las creencias, las explicaciones, la interpretación de por qué salieron mal las cosas. Lo primero que hacemos ante la adversidad es tratar de explicarla. Como hemos visto ya, las explicaciones que nos sirven para interpretar la adversidad determinan lo que haremos después. ¿Cuáles son las consecuencias de las diferentes creencias que entran en juego? Cuando nuestras creencias explicativas adquieren la forma de factores personales, globales y penetrantes («La culpa es mía... siempre será lo mismo... esto afectará cuanto pretenda hacer»), inmediatamente nos damos por vencidos y nos paralizamos. Cuando nuestras explicaciones adoptan la otra forma, nos animamos, y es que las consecuencias de lo que creemos no son solamente hechos, sino también sentimientos.”

“Esto significa que si puede usted modificar el punto B, o sea, sus creencias acerca de la adversidad y cómo se la explica a sí mismo, también podrá cambiar el punto C. Puede pasar de una respuesta pasiva, triste o indignada respecto a la adversidad, a una respuesta animosa y alegre. Todo esto, fundamentalmente, depende del punto D. D es la inicial de la discusión de sus creencias.”

“Podemos tomar distancias, más o menos fácilmente, para alejarnos de las acusaciones infundadas de los demás. En cambio, nos cuesta más trabajo distanciarnos de las acusaciones que nosotros mismos nos formulamos, todos los días. Después de todo, si eso es lo que pensamos de nosotros, ha de ser verdad. ¡Error! Lo que nos decimos para nuestros adentros cuando algo nos sale mal, muy bien podría ser algo tan carente de fundamento como las acusaciones de una persona que nos tiene envidia. Nuestras explicaciones reflexivas por lo general son distorsiones. Son simplemente malos hábitos de pensamiento producidos por algunas experiencias desgraciadas del pasado: conflictos infantiles, padres estrictos, un entrenador muy exigente, los celos del hermano o la hermana mayor. Sin embargo, en vista de que esas cosas parecen salir de nuestro interior, entonces las consideramos igual que si fueran el Evangelio.”

“Sin embargo, son sólo creencias. Y las cosas no existen por el mero hecho de que las creamos. No sólo porque alguien piense que no puede encontrar empleo, que nadie lo quiete o que no sirve, esas cosas tienen que ser verdad. Es esencial pararse un momento y dejar de considerar esa creencia, tomar distancia de nuestra explicación pesimista por lo menos el tiempo necesario para verificar su exactitud. Precisamente la discusión consiste en verificar la exactitud de nuestras creencias.”

“Lo primero consiste en saber si la creencia en cuestión vale la pena que se discuta. El segundo paso que se dará es poner en práctica la discusión.”

“Es importante advertir la diferencia que hay entre esta manera de encarar las cosas y lo que se ha dado en denominar «fuerza del pensamiento positivo». Este último, por lo general, implica tratar de creer declaraciones incontrovertibles, como «Todos los días, en todos los sentidos, me siento cada vez mejor», y hacerlo en ausencia de toda prueba o incluso frente a evidencias que las niegan. Si en realidad puede usted creer en cosas así, entonces su fuerza será mayor. Muchas personas educadas, adiestradas en el escepticismo, no son capaces de insuflarse este optimismo exagerado. El optimismo adquirido, en cambio, se refiere a la exactitud.”

Martin E. P. Seligman: Aprenda optimismo (Ed. Debolsillo)