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por Francisco Bengochea
Hay emociones
que no son reales, no reflejan lo que sucede en el mundo
real. Estas emociones son muchas veces desagradables y alteran nuestro
equilibrio emocional. De hecho, son una
de las principales causas de nuestro sufrimiento psicológico.
Sufrimos porque confundimos el mensaje de estas
emociones irreales con algo a lo que tenemos que prestar atención como si fuera cierto.
En realidad, si nos damos cuenta de que esas
emociones son falsas y desenmascaramos su verdadera
identidad, que es la de ilusiones generadoras de sufrimiento, dejan de tener poder sobre nosotros, y somos nosotros los que adquirimos un
mayor poder sobre la vida.
Algunas de estas falsas emociones pueden ser: el miedo,
que nos alerta muchas veces de peligros inexistentes y nos ofusca a la hora de
buscar soluciones; la preocupación, que la mayoría de las veces no sirve para nada, la ira,
que nos incita a actuar en contra de nuestros intereses; la depresión,
que nos hace creer que somos seres miserables cuando somos personas perfectamente
válidas, etc.
Darse cuenta de que esas sensaciones y pensamientos
estresantes son irreales, es FALSAR su mensaje (comprender que su contenido es falso), con lo cual su poder de absorción y arrastre hacia
el malestar pierde su eficacia. Quedará un remanente, porque el hábito de
darles validez lleva mucho tiempo arraigado en nosotros, pero con la práctica
conseguiremos liberarnos poco a poco de ellas.
No se trata de no tomar medidas ante los problemas, sino de hacerlo de una forma
equilibrada, con calma y confianza y solamente cuando resulta adecuado, en lugar de ser
arrastrados por fuerzas que siempre habían sido profundamente perturbadoras.
Ante cada
emoción desagradable, plantéate si esa emoción resulta
adecuada, si te está trasladando un mensaje que refleja el verdadero estado de
la realidad y si tiene alguna utilidad, o si por el contrario te está “mintiendo” haciéndote
sentir cosas por completo inadecuadas e inútiles. Si ese mensaje resulta ser falso, considéralo
sinceramente así, y deja de prestarle atención, dejando que se disuelva por sí solo (recuerda,
por ejemplo, la palabra FALSACIÓN). Su capacidad de provocar sufrimiento disminuirá
hasta ir poco a poco desapareciendo.